El mundo es perro

El mundo es perro. Ayer, volviéndose hacia casa, funcioné con encima un perro negro. No habría podido hacer esto. El perro negro pobre del punto amarillento en el pecho, perdido en espasmos y roncos. I confortado él en sus minutos del final y rogado el Nam-Myoho-Rengue-Kyo, la única oración conjuntiva que ese I aprendió en la vida. Relembrando el día, recordaba haber visto otro perro, pequeñito, de ése no dan gastos en alimento y eso no hacen ciertamente emporcalham la casa como los grandes cachorros, estirado en la calle, abandonaron en su extremo del fatídico. Torcí el cuello cuando pasé para él y todavía liberé: Pobrezinho, intentado para cruzar el BR y lo no llegó el otro lado. O entonces, podría ser que él tenía hambre y buscó para encontrar de donde vino que uno huele delicioso del guisado. Murió. Solamente, su pequeño cuerpo, allí inerte. Quizás hoy, cuándo volverse hacia casa, todavía la encuentra allí, apodrecendo al relento. Perro pobre, porqué las ambulancias no habían funcionado, los bomberos para ayudar a la persona pobre animal desmayada. Aceptable, muerto, es solo un perro, se va al aprodrecer al relento. Tendrían que salir de mí cuándo morir, por lo tanto pongo ya e hice de tal manera gravemente cuánto ese perro haría en diez mil vidas. Exactamente así, no se da a la derecha lo de un entierro digno. Ahhh, balela, ese entierro que nada, deja a animal al apodrecer. Los animales que en ellos lamen las heridas, que comen nuestras porciones restantes de alimento, que en ellas abanam la cola cuándo a la casa volvemos. El perro negro murió. I puesto él en el banco detrás del coche y dirigido hasta la playa del palo campeche. Allí, con las manos, abril un hueco en la arena suave y yo depositó su cuerpo. Rogué el Nam-Myoho-Rengue-Kyo una más vez y estaba sin embargo. La radio del coche tocó una música vieja, el viento del mar sopló en el puente. Entré en el BR y pasé para el viaducto. Pobrezinho seguía siendo allí. Solamente. Dormí un asesino. El mundo es perro.